Nunca antes nos hubieramos imaginado a nuestras almas barrenando en mares de máscaras muertas sin expresión alguna. Nunca antes hubiera creído que este mundo daba refugio también a los demonios del pasado. Nunca antes hubiera creído que lo que creemos que es una tierra de paz y de redención, es un purgatorio sin lujurios, sin opción de salida, es una bartolina en las condiciones más precarias donde cada uno sueña hasta donde su limitada mente de salvaje le permite y sueña con lo propio, sueña con que lo tiene todo y con que no, sueña con sus felicidades y sus tragedias, pero sueña sin pensar en el otro, sueña más que nada con soberbia. Son mazmorras secas, cuyos murales angostos cobran vida de noche para acosar a quien se encuentre adentro. Murales repletos de imágenes debastadoras, imágenes que matan, que delatan la realidad, acusan a la víctima y liberan al bandido. Nunca antes hubieramos creído que Dios nos abandonó aquí, nos endulzamos con la inocente idea que nos había adentrado a un mundo de imaginación con el propósito de evitar cualquier sufrimiento, con el propósito de enceguecernos. Pero ya estamos grandes, y elegimos que ver y que creer.
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